11 Abr 10 subidones y bajones que te dan escribiendo un largo.
Acabo de terminar el guión de una película. Bueno, terminar de escribir no se termina hasta la sala de montaje… pero ya sabéis lo que quiero decir: después de muchos meses de trabajo tengo algo que se puede dar a leer a la gente sin riesgo de que les provoque un aneurisma.
Hacía como dos años y pico que no escribía cine, mi último intento fue un fracaso, la historia no estaba bien definida y plasmarla en el guión resultó tan frustrante como ver “Crónicas carnívoras” estando a dieta… Un empeño ciego por llegar al final de algo que se veía muerto desde el principio; como un doctor Frankenstein tratando de insuflar vida a su criatura en una noche despejada y con el cielo estrellado.… Al final no lo terminé y está debidamente enterrado en una carpeta de mi ordenador.
Por eso esta vez tenía que ser diferente. Tenía que estar convencido del potencial de la historia y tenía que ser capaz de darle brillo. Afortunadamente, que eligieran mi sinopsis para la tercera edición de DAMA Ayuda y que un productor de prestigio se interesase por la historia me colocó en una posición inmejorable para afrontar la escritura. Y aun así, es inevitable pasar por esa montaña rusa que es la vida de un guionista de cine.
Así que, sin más dilación, ahí van 10 subidones y bajones que he pasado escribiendo este largo:
Me siento a trabajar el argumento y decido ser libre. Al cuerno con las estructuras cerradas y los manuales de guión… quiero hacer una historia gamberra y alocada, con idas y venidas, que atrape al espectador por el carisma de lo que cuenta, no porque esté contado como dijo Aristóteles hace 2.500 años. Y entonces pronuncio la frase que más carreras de guionista ha enterrado en los últimos 20 años: “Si Tarantino puede ¿Por qué yo no?”.
Me ha salido. Tengo una historia que mola, con episodios divertidísimos e increíbles. Y encima se me ha ocurrido el gran punto de giro, la sorpresa que va a hacer de mi peli la próxima “Sospechosos habituales”, el siguiente “Sexto Sentido”. Empiezo a soñar con Luis Tosar haciendo de villano y en si para los Goya me pondré smoking con solapa en pico o plana.
Vuelvo al argumento tras un breve barbecho y ya no mola tanto. Hay mil lagunas e incoherencias que hasta Paquirrín notaría si viera la película. Encima mi tutor, que es alguien mucho más sabio que yo, me hace ver cosas tan terribles como que los secundarios están muy poco desarrollados y son intercambiables, o que el prota debe tener más obstáculos porque le van las cosas demasiado de cara. Además, los dos somos conscientes de que el guión tiene dos partes muy diferentes, y eso no puede ser. Y entonces él pronuncia las palabras malditas: “está todo como un poco confuso; desordenado… deberías repasar la estructura”.
Hago con mi argumento lo mismo que una actriz de Hollywood de más de 40 tacos hace con su rostro: rehacerlo por completo. Ahora sí; ahora está todo justificadito, ahora el prota las pasa canutas y he conseguido mantener mi estructura loca de manera que funcione y aporte a la trama. Ha llegado el momento de hacer como los partidos políticos de este país y ponerse a dialogar.
He trillado mucho el argumento; he explicado con demasiado detalle las escenas que tan claras tenía en el coco y ahora que me pongo a escribirlas me parece que no queda margen para la creación, que soy un mero mecanógrafo de mí mismo. Y encima el inicio no tiene la chispa que quisiera. Y encima llego al final del primer acto tardísimo, sobran páginas. Y encima el punto de giro no se entiende. Y encima…
Oye que le estoy cogiendo el puntillo a esto. Los chistes no están mal y metidos en el jaleo del segundo acto la cosa va cogiendo velocidad. Lo de usar anécdotas reales está funcionando y hay algunos recursos narrativos que ahora que están escritos se nota que pueden quedar de puta madre.
¡Y para colmo al tutor le ha gustado el primer acto! Dice que dialogo bien, que estoy en tono y que los personajes están claros ¡Oh Fuck Yeah! ¿A que cojo sombrero y bastón y me transformo en Billy Wilder?
He llegado a la mitad y voy largo de cojones. A este paso la peli va a durar más que una gala de Gran Hermano; no hay quien produzca esta cosa. Hay que intervenir antes de que sea peor. Saco mi disfraz de Eduardo Manostijeras y empiezo a podar el seto. Caen escenas de las que ya están escritas, escenas que me encantaban, y eso duele como rasurarte las pelotas con cera… también caen cosas de la segunda mitad, hay que llegar antes al tercer acto.
Las primeras noches me despierto con el síndrome de la secuencia fantasma: me pica una escena y cuando voy a rascarme caigo en la cuenta de que ya no está en el guión.
He descubierto un error de formato del Celtx. Cuando convertía a PDF salía por defecto algo llamado “US letter” y al cambiar a tamaño A4 me salen ¡¡Casi 10 páginas menos!!
Además, cada vez estoy más cómodo dialogando; he logrado una voz autoral y eso hace que algunas partes luzcan bastante. Y de postre el tercer acto va como un tiro; es como un polvo adolescente: rápido, intenso y provoca risas.
Terminé. Lo hice. Me siento como Rocky arriba de la escalinata. Dejo el guión en el alféizar de la ventana para que se enfríe. Lo leo del tirón, corrijo, lo vuelvo a leer, más correcciones… al final otras 10 páginas se quedan por el camino. Una cosa no se puede negar: el guión tiene más movimiento que la cuenta bancaria del PP de Valencia.
Pero llegan las dudas. Estoy tan dentro de la historia que ya nada me funciona; nada me parece sorprendente, ningún chiste me hace gracia, ninguna frase es lo suficientemente lapidaria. Y luego está el síndrome de abstinencia… ¿Qué hago yo ahora toda la mañana? A este paso acabaré escribiendo algún post estúpido sobre el proceso de escritura de un guión de cine.
Hasta aquí van nueve vaivenes. El que queda, aun no sé si será subidón o bajón, es el más importante: le he pasado el guión al tutor y al productor. También estoy contactando con gente de confianza para que lo lean. Sus opiniones me dirán en qué punto estoy y qué recorrido puede tener la cosa.
Mientras espero el veredicto, me queda el buen sabor de boca de acabar esta aventura un poco más sabio, un poco menos auto complaciente y bastante más exigente conmigo mismo.
Hasta que nos leamos.
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