25 Sep PlebisILIcito parte 4
Continúo con la serie de post sobre el asunto catalán, encarando la recta final del mismo. Por si alguien ha estado desconectado durante el fin de semana y quiere ponerse al día, dejo aquí enlace con las partes anteriores:
Y ahora si, la cuarta entrega de esta reflexión:
EL PUEBLO LES IMPORTA UN COMINO
Quizá lo más sucio de todo el asunto es que aunque a ambos frentes políticos se les llene la boca defendiendo al pueblo (español y catalán, respectivamente) éste les importa un comino y no dudan en hacer con sus actos y decisiones que las vidas de los ciudadanos, su día a día, sean cada vez peores.
Por parte del Gobierno Central se ha permitido por omisión (sus continuos mirar a otro lado) y por acción (debido a ciertas actitudes y discursos de la última década) que la brecha social entre los catalanes y el resto de españoles se amplíe de forma sustancial. 10 años de frialdad, incomprensión y poca empatía con un contrario al que había que seducir y reconquistar (afectivamente hablando) en lugar de alejarlo para siempre de nosotros. En todo este tiempo no recuerdo que se promoviesen los lazos de concordia en ningún ámbito salvo, quizá, el deportivo (aquella defensa y petición de aplausos a Piqué cuando juega con la selección nacional, por ejemplo). Algo a todas luces insuficiente.
Y el Gobierno no puede obviar que es responsabilidad suya velar por el buen entendimiento y la convivencia entre todos los españoles. Con esa actitud fría y distante hacia Cataluña, el ejecutivo dejaba insatisfecha y frustrada una parte significativa de la sociedad catalana desencadenando muchos de los males independentistas que hoy sufrimos; y lo que es aun peor, dejaba vendidos a cientos de miles de ciudadanos dentro de esta comunidad autónoma (catalanes de nacimiento y de adopción) que llevan años soportando el ser señalados por no comulgar con el dogma del procés. Ellos son también damnificados por la actitud del ejecutivo central.
Peor panorama se vislumbra en las filas independentistas, ya que aquí directamente encontramos a un grupo de partidos que no han duda en fomentar el odio y el apartheid ideológico (si se me permite la expresión) contra la mitad de la población a la que están obligados a representar por mandato de las urnas. Su intransigencia y radicalismo han llevado a que en los círculos sociales más íntimos (familia, amigos, trabajo) impere una autoimpuesta omertá, una ley del silencio y de agachar la cabeza y de tragarse las opiniones en aras de mantener la frágil convivencia y los lazos afectivos intactos.
No contentos con eso, fomentan la represión (ésta sí) y el chantaje social animando a la gente, al pueblo ese al que afirman defender, para que se lancen a la calle y ejerzan de policía política, de Gestapo y de Cheka, señalando al que piensa diferente, acosando con insultos, pintadas o carteles en las puertas de casas y negocios, con mensajes anónimos y amenazas digitales a todo aquel que se atreva a levantar la mano y señalar todo lo que están haciendo mal sus líderes políticos. De está tormenta de bullying sociopolítico no se han librado ni artistas y pensadores de trayectoria intachable ni familiares de políticos contrarios, por citar sólo dos ejemplos recientes.
Y para colmo construyendo toda esta maquinaria de rencor a base de mentiras. Engañando día sí y día también a aquellos a los que se supone que representan y por quienes hacen todo lo que hacen. Sería largo pararnos a enumerarlas todas (pertenencia a la UE, legalidad internacional de su proceder, la postura de grandes empresas, apoyos en el exterior, España nos roba, etc.). Con sus continuas falacias, los líderes independentistas demuestran que el pueblo no es más que un juguete para ellos, una masa informe que manipular y con la que dar forma a su ejército de barro, sin que les importe lo más mínimo cuantas bajas pueda haber en su frente (siempre que no sean ellos mismos, claro está).
La muestra inequívoca de que esto es así la tenemos en que no han dudado ni por un segundo en no comprometer la seguridad (económica y laboral) o la libertad (es su significado más físico, el de ir a la cárcel) de miles de ciudadanos que, sólo por el hecho de ostentar ciertos cargos públicos, se ven entre la espada y la pared de la desobediencia y la ilegalidad si siguen a pies juntillas las órdenes de la Generalitat (que en muchas ocasiones no es siquiera institución con competencia sobre sus cargos).
No estoy hablando de alcaldes o concejales que libremente toman los riesgos que les parecen oportunos. Me refiero a miles y miles de funcionarios (Mossos, técnicos de las consejerías, directores y bedeles de colegios e institutos, y un largo etc.) que si acatan el mandato en el día del referéndum estarán incumpliendo la ley y arriesgando mucho de lo que tienen por una causa que nadie se ha molestado en preguntar si es la suya… Me pregunto yo ¿Existe mayor desprecio por el pueblo que obligarle a delinquir y arriesgar sus estatus personal y profesional?
Hasta que nos leamos.
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